Microgramas titulados ‘Escrito a lápiz’, son un montón de hojas escritas originalmente en letra microscópica, en cuadriláteros perfectos, en perfecto alineamiento, y que el autor llevaba en una maleta de acá para allá en las vísperas y primeros años de su ingreso en el psiquiátrico. Para que no falte de nada, están escritos a lápiz para librarse del "tedio de la pluma", que lo sumía en un "decaimiento que, por así decir, se reflejaba en la escritura a mano, en la disolución de la misma". Cuando ingresó voluntariamente en Waldau estaba encantado, como Hölderlin, de "poder soñar en mi modesto rincón".
Las novelas que le valieron el reconocimiento (después de muerto, como no podía ser de otra manera), ‘Jakob von Gunten’ y ‘Los hermanos Tanner’, escritas en las primeras décadas del siglo pasado y veinte años antes de su reclusión, tienen un fondo enigmático, una oscuridad que les nace del suelo que pisan. Son grandes novelas y a la vez textos sobre el límite: la transparencia había sido perdida en origen. Estos microgramas son más inquietantes, la voz ya está desmelenada, el acierto linda con la alucinación.
"A veces me comporto de manera algo frívola, como ayer, cuando me presenté en la imponente mansión de una gran dama. La casa merece el título de hotel. Pregunté por la señora y, cuando la tuve enfrente, le pedí un mendrugo de pan. Estaba hambriento".
La gente insegura puede desconcertar a la gente segura. Es decir, la gente segura convierte en segura a la gente insegura.
¿Tiene de veras el arte la misión de hacer flaquear con las flaquezas? ¡San Sebastián!".
"Al suave viento del Este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre. Los idealistas descansaban tiesos en sus tumbas, implacable realidad. Qué cruel y afilada es mi pluma".
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