Jakob von Gunten basta para acercarnos al particular universo de Walser. En él está el extracto de su prosa y su posicionamiento conceptual frente al mundo que le toca vivir. Ya Dickens en su novela sobre el club de Pickwikc elaboraba una curiosa elipsis final acerca de la pasión inevitable que surge siempre en toda relación entre amo y esclavo. Bien, el caso es que aun teniendo en cuenta que el mundo de Dickens y el de Walser se diferencian exclusivamente en medio siglo, hay un enorme cambio de estructuras entre la sociedad del autor inglés y la que vive y sufre el escritor suizo. Aunque tal vez sea éste el momento idóneo para intentar una aproximación a su entorno: Robert Walser, cuya influencia apuntará directamente a los grandes de la narrativa alemana del siglo veinte (Kafka, Mann, Musil, y Broch entre otros) es un escritor complejo y al mismo tiempo de lectura sencilla. Lo truculento son los temas que toca, no la forma en que los expone, pues la sobriedad de su lenguaje resulta exquisita en estos tiempos de asfixiantes, larvarios, empalagosos experimentos con la prosa.
Jakob von Gunten debió ser un libro que Kafka leería a hurtadillas en sus ratos de oficinista. No cuesta mucho imaginárselo; al fin y al cabo el quehacer de los que viven inmersos en ese absurdo que es la burocracia siempre ha sido el mismo, sin distinción de países o épocas. El libro, la historia mental de Jakob von Gunten, muchacho de buena familia que de repente siente una enfermiza vocación por la servidumbre, es ni más ni menos eso: un pavoroso y a la vez magistral retrato de la servidumbre. Más aún: del esclavo que absolutamente todos llevamos dentro por culpa de una educación de milenios, algo que ha venido a dar en una moral sórdida y ficticia donde las haya: la de nuestra civilización.
Walser habla de cosas a veces inmencionables. En ocasiones ni siquiera lo hace de modo directo, basta con aludir a ellas. Para describir a Sacht, uno de sus compañeros en el siniestro Instituto Benjamenta, centro donde se forman los criados, dice: «tiene un rostro blanquísimo y unas manos largas y delgadas, que expresan un sufrimiento espiritual sin nombre...». El protagonista en ningún instante pierde de vista quién es y para qué está en el mundo: «Tal vez quieran estupidizarnos. En cualquier caso pretenden apocarnos ... » Queda claro que la Escuela Benjamenta es nuestra sociedad, y Walser nos ofrece una versión caricaturizada y audaz, algo morbosa pero que invita a la reflexión, punto éste que no consigue la literatura de nuestros tiempos por más que se empeñe en ello. Otra deliciosa muestra de la finura de Walser para decir lo que desea sería este párrafo sobre las mujeres: «De golpe entiendo la entrañable especifidad de las mujeres. Sus coqueterías me divierten y descubro un sentido profundo en sus triviales ademanes y modismos. Si no las entendemos cuando se llevan la taza a los labios o se levantan la falda, no las entenderemos nunca. Sus almas discurren al mismo pasito trotón que sus deliciosos botines de tacón alto, y su sonrisa es dos cosas a la vez: una costumbre insensata y un fragmento de la historia universal. Su arrogancia y escaso entendimiento resultan fascinantes, más fascinantes que las obras de los clásicos. Sus vicios suelen ser lo más virtuoso que existe bajo el sol, ¿y cuando montan en cólera y se enojan? Sólo las mujeres saben enojarse. Aunque, ¡silencio! Pienso en mamá ... »
He aquí lo bello, la magia de Robert Walser: su capacidad para desdramatizar el horror, para juguetear con la locura desde la lucidez.
Javier García Sánchez (extracto del artículo publicado en el nº 41 de QUIMERA)
Jakob von Gunten (Robert Walser)
"Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores? A mí me encantaría ser rico, pasear en berlina y malgastar dinero. Una vez comenté esto con mi condiscípulo Kraus, pero él se limitó a encogerse de hombros despectivamente, sin concederme una sola palabra".
"Desde que estoy aquí, en el Instituto Benjamenta, he conseguido volverme un enigma para mí mismo. También yo me he visto contagiado por un extraño sentimiento de satisfacción, desconocido hasta ahora. Soy bastante obediente".
"Hay un punto en el que nosotros, los alumnos (Kraus, Schacht, Schilinski, Fuchs, Peter el Larguirucho, yo, etc.), nos parecemos todos: el de nuestra pobreza y dependencia absoluta. Somos hnumildes, humildes hasta la indignidad total. Quien recibe un marco de propina pasa por ser un príncipe privilegiado. Quien, como yo, fuma cigarrillos, despierta preocupación por sus hábitos de despilfarro. Vamos uniformados. Pues bien, este hecho de llevar uniforme nos humilla y nos encumbra al mismo tiempo: tenemos aspecto de gente no libre, lo que posiblemente sea una ignominia, pero también nos vemos muy guapos, y eso nos ahorra la profunda vergüenza de quienes se pasean en ropas personalísimas y, sin embargo, sucias y ajadas. A mí, por ejemplo, vestir el uniforme me resulta bastante agradable, pues nunca he sabido muy bien qué ropa ponerme. Pero incluso a este respecto sigo siendo, por ahora, un enigma para mí mismo. Acaso en mi interior resida un ser vulgar, totalmente vulgar. O tal vez por mis venas corra sangre azul. No lo sé. Pero de algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna, o sucumbiré".
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