"(...) yo hice las películas que hice porque en cada situación me parecieron las más oportunas, o las que más me apetecían, sin pensar ni en las estructuras de la ayuda, ni en las estrategias de su siempre incierta rentabilidad.
Buscar la justicia en el arte –como en la vida, a la cual trata torpemente de imitar– es algo baldío. No siempre triunfan los mejores, claro está. De hecho, triunfo y arte tienen algo de contradictorio, de antitético. Aunque nadie elige ser un maldito..."
Buscar la justicia en el arte –como en la vida, a la cual trata torpemente de imitar– es algo baldío. No siempre triunfan los mejores, claro está. De hecho, triunfo y arte tienen algo de contradictorio, de antitético. Aunque nadie elige ser un maldito..."
Basilio Martín Patino es un director de cine de este país nuestro. Tanto da, pues en esto del celuloide nunca hemos hecho distinciones por acentos, por geografías o por terruños (la estrechez mental es patrimonio de los políticos). Pero es un dato –su pertenencia a esto que llamamos España– que debe de causarnos sonrojo, apuro, algo de vergüenza ajena.
Si Patino fuese hijo de un país civilizado, preocupado por la cultura, mínimamente atento a sus figuras más preeminentes, gozaría de un reconocimiento incuestionable. Pero es muy posible que estén esperando a que nos abandone para dedicarle una placa nacarada a colocar en cierta plaza coqueta de su ciudad natal. Lo irónico del asunto es que Basilio se carcajearía de cualquier intento de "reconocimiento". Sólo hace falta ver sus ojillos, la gesticulación de sus manos... su reino no es de este mundo.
«A mi me atrae mucho jugar, provocar, investigar, emocionar... Y como no había una estructura industrial interesante, me tuve que montar mis propias empresas para ir haciendo lo que quería. Un cine crítico con lo que no me gustaba, díscolo si es preciso, imaginativo, cómplice con el espectador. Y lo demás, con perdón, ¿no lo hacéis mucho mejor vosotros los críticos y los historiadores?».
Patino es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca. Debí de suponerlo... sólo hace falta escucharle hablar cinco minutos para darse cuenta de su preeminencia intelectual.
Pero a este hombre lo que le gustaba de verdad era el invento aquél del tomavistas. Por eso –y va sin ironías– comenzó estudiando algo distinto. Su forma de afrontar el 'hecho cinematográfico' (¿qué será eso?) viene condicionado por su educación. Nada que ver con el grueso del pelotón de directores de cine actuales, que presumen de acercarse al cine "sin ningún condicionamiento". Sin ninguna educación, se entiende.
En 1953 crea el cine–club universitario de Salamanca. Casi en paralelo saca adelante la publicación "Cinema Universitario". Diplomado en Dirección en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Premio Nacional en 1961 por su primer guión cinematográfico. Profesor de Montaje en la Escuela Oficial de Cinematografía.
Su escasa filmografía arranca con una opera prima memorable: Nueve cartas a Berta (1965). Esta es la primera parte de una trilogía no reconocida, cuarenta años de historia peninsular condensados en tres películas: la presente, Los paraísos perdidos y Octavia. Crónica del desencanto. Radiografía de una derrota vital. En las tres alguien vuelve, retorna a una meseta inhóspita, congelada en el tiempo. Provienen de un auto exilio más o menos dorado: retiro europeo (en Inglaterra, Alemania o Suiza) que les permite echar una mirada desapasionada sobre la España franquista, socialista o popular.
No son películas pesimistas. Aunque el realismo poético de Patino no trata de aventar la esperanza.
Basilio dice que no, que nada de nouvelle vague, que siempre hizo lo que le dio la gana, que no hubo referentes. Puede ser. Pero es que esta película es valiente en la forma y en el fondo: su estructura es compleja, oscilante, arriesgada. El estudiante recién llegado del extranjero se sincera con Berta, chica que conoció en la Pérfida Albión. De vuelta al aburrimiento de un país con más de "25 años de paz", a las tunas, el folklore, la desidia, los pasos y el rosario, los vencedores y los vencidos.
Después vino Del amor y otras soledades (1969).
A partir de ahí, comienza la bajada a los infiernos de Basilio. Consciente. Meditada. Consequente. Salirse del sistema puede ser la única vía de escape en tiempos de silencio. Y este hombre decidió –cito textualmente– "esperar a que muriesen ellos. Jamás volvería a pasar por la humillación de presentar una película mía a la censura. Las películas sobreviven a los dictadores".
Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo (1974) son films montados de manera clandestina en el sótano de casa –a la manera de Cassavetes–, auténtico cine de guerrilla. Recopilación de imágenes que el director se fue agenciando de mil y una maneras: viejos rollos del rastro, escenas inéditas de la guerra, material olvidado en filmotecas con goteras, restos de restos...
La idea de coger las imágenes generadas por el propio régimen, montarlas y musicarlas. Son documentos que convencen, que evitan caer en el revanchismo, siquiera en el victimismo. Con tres décadas de dictadura, no había verdad más convincente que ver lo hecho, lo dicho, lo celebrado. «La historia me juzgará!
Anécdota sobre Canciones para después de una guerra: «el Cara al sol que suena al comienzo de la película lo cantan unos comunistas, el propio Patino y unos amigos, que al no encontrar una buena grabación de la pieza, se decidieron a grabarla ellos. La gracia del asunto está en que los falangistas, cuando se reunían el 20 de noviembre para echar de menos a sus caudillos, al no disponer tampoco de grabación buena del Cara al sol, utilizaban el de la película de Patino, con lo que la pieza que sonaba en la plaza de Oriente atestada de melancólicos camisas azules era la cantada por los comunistas amigos del director».
Si Patino fuese hijo de un país civilizado, preocupado por la cultura, mínimamente atento a sus figuras más preeminentes, gozaría de un reconocimiento incuestionable. Pero es muy posible que estén esperando a que nos abandone para dedicarle una placa nacarada a colocar en cierta plaza coqueta de su ciudad natal. Lo irónico del asunto es que Basilio se carcajearía de cualquier intento de "reconocimiento". Sólo hace falta ver sus ojillos, la gesticulación de sus manos... su reino no es de este mundo.
«A mi me atrae mucho jugar, provocar, investigar, emocionar... Y como no había una estructura industrial interesante, me tuve que montar mis propias empresas para ir haciendo lo que quería. Un cine crítico con lo que no me gustaba, díscolo si es preciso, imaginativo, cómplice con el espectador. Y lo demás, con perdón, ¿no lo hacéis mucho mejor vosotros los críticos y los historiadores?».
Patino es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca. Debí de suponerlo... sólo hace falta escucharle hablar cinco minutos para darse cuenta de su preeminencia intelectual.
Pero a este hombre lo que le gustaba de verdad era el invento aquél del tomavistas. Por eso –y va sin ironías– comenzó estudiando algo distinto. Su forma de afrontar el 'hecho cinematográfico' (¿qué será eso?) viene condicionado por su educación. Nada que ver con el grueso del pelotón de directores de cine actuales, que presumen de acercarse al cine "sin ningún condicionamiento". Sin ninguna educación, se entiende.
En 1953 crea el cine–club universitario de Salamanca. Casi en paralelo saca adelante la publicación "Cinema Universitario". Diplomado en Dirección en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Premio Nacional en 1961 por su primer guión cinematográfico. Profesor de Montaje en la Escuela Oficial de Cinematografía.
Su escasa filmografía arranca con una opera prima memorable: Nueve cartas a Berta (1965). Esta es la primera parte de una trilogía no reconocida, cuarenta años de historia peninsular condensados en tres películas: la presente, Los paraísos perdidos y Octavia. Crónica del desencanto. Radiografía de una derrota vital. En las tres alguien vuelve, retorna a una meseta inhóspita, congelada en el tiempo. Provienen de un auto exilio más o menos dorado: retiro europeo (en Inglaterra, Alemania o Suiza) que les permite echar una mirada desapasionada sobre la España franquista, socialista o popular.
No son películas pesimistas. Aunque el realismo poético de Patino no trata de aventar la esperanza.
Basilio dice que no, que nada de nouvelle vague, que siempre hizo lo que le dio la gana, que no hubo referentes. Puede ser. Pero es que esta película es valiente en la forma y en el fondo: su estructura es compleja, oscilante, arriesgada. El estudiante recién llegado del extranjero se sincera con Berta, chica que conoció en la Pérfida Albión. De vuelta al aburrimiento de un país con más de "25 años de paz", a las tunas, el folklore, la desidia, los pasos y el rosario, los vencedores y los vencidos.
Después vino Del amor y otras soledades (1969).
A partir de ahí, comienza la bajada a los infiernos de Basilio. Consciente. Meditada. Consequente. Salirse del sistema puede ser la única vía de escape en tiempos de silencio. Y este hombre decidió –cito textualmente– "esperar a que muriesen ellos. Jamás volvería a pasar por la humillación de presentar una película mía a la censura. Las películas sobreviven a los dictadores".
Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo (1974) son films montados de manera clandestina en el sótano de casa –a la manera de Cassavetes–, auténtico cine de guerrilla. Recopilación de imágenes que el director se fue agenciando de mil y una maneras: viejos rollos del rastro, escenas inéditas de la guerra, material olvidado en filmotecas con goteras, restos de restos...
La idea de coger las imágenes generadas por el propio régimen, montarlas y musicarlas. Son documentos que convencen, que evitan caer en el revanchismo, siquiera en el victimismo. Con tres décadas de dictadura, no había verdad más convincente que ver lo hecho, lo dicho, lo celebrado. «La historia me juzgará!
Anécdota sobre Canciones para después de una guerra: «el Cara al sol que suena al comienzo de la película lo cantan unos comunistas, el propio Patino y unos amigos, que al no encontrar una buena grabación de la pieza, se decidieron a grabarla ellos. La gracia del asunto está en que los falangistas, cuando se reunían el 20 de noviembre para echar de menos a sus caudillos, al no disponer tampoco de grabación buena del Cara al sol, utilizaban el de la película de Patino, con lo que la pieza que sonaba en la plaza de Oriente atestada de melancólicos camisas azules era la cantada por los comunistas amigos del director».
"Queridísimos verdugos" es particularmente terrible. Patino se las ingenia para contactar con los tres últimos verdugos, "ejecutores de sentencias" como les gusta ser llamados a ellos. Educados en el manejo del garrote vil, bañados en alcohol para hacer más llevadero el recuerdo, demostrando que la realidad supera con creces la ficción.
Tres pobres hombres: dos analfabetos y un pomposo hijo de mala madre. Víctimas también de un país educado en el miedo, en el asesinato tremebundo que debe pagarse con la propia vida. Sangre para borrar la sangre. Muy nuestro. Un recorrido por casos macabros, España profunda reencontrada en Alcàsser o Puerto Urraco. Crímenes castigados por un Estado criminal. "El que la hace la paga, ¿no?".
Diez años sin dirigir, volcado en la novedad de entonces: el video. Mutismo total en la transición, mientras veía como iban estrenándose sus tres films anteriores. Tras la muerte de Franco, naturalmente. Entraba dentro de sus cálculos.
Los paraísos perdidos (1985). Y vuelta a Salamanca. Gonzalo Torrente Ballester sentado en un café de la Plaza Mayor, escéptico entre los escépticos, protegido de todo tras sus lentes de culo de botella. Una casona en ruinas, patrimonio de antaño que será pasto de las termitas. Charo López jugando con el mechero, premonición del incendio purificador de Octavia. Charlatanes socialistas –espléndido Juan Diego– que adaptan la verborrea del Antiguo Régimen a los nuevos usos. Inmovilismo disfrazado de renovación. Extraña sensación de hastío. Lo han cambiado todo para que todo siga igual.
Le sigue Madrid (1987). Madrid, ciudad contradictoria. "Madrid, sola y solemne". Acerada reflexión sobre el poder ejercido desde la capital del Reino. Si, eso y... mucho, mucho más. ¿Un experimento sobre ficción y realidad? ¿O una apuesta por la ficción en un entorno que desprecia la memoria?
Un director alemán llega con un encargo en apariencia sencillo: hacer una película conmemorativa a los cincuenta años del comienzo de la Guerra Civil. Descubre que los muertos son mucho más desagradables que los vivos, el pasado siempre incómodo, "que ya son ganas de remover la mierda, coño". Y el poder de la imagen... o la imagen del poder. ¿Qué es verdad, qué es mentira? Monta, deforma. La cámara convertida en interlocutor la mar de válido. "Sugerir. Traspasar las apariencias." "La incapacidad de la fotografía para mentir". "La sustancia del cine no es la verdad o la mentira, sino la fascinación".
De 1991 data La seducción del caos. Marsillach nos guía por una ficción noticiada. Vuelvo a equivocarme... ¿ficción? Continuando el discurso de Orson Welles en Fake, nueva revisión de los standards. ¿Qué hace magistral al arte? ¿Puede la copia superar al original? ¿Quién decide las corrientes estéticas que se imponen? ¿Menospreciamos el poder manipulador de los medios?
Nuevo mutismo de años. En 1996 realiza para un canal autonómico la serie de siete películas bajo el título de Andalucía, un siglo de fascinación. Esta colección contiene los títulos El grito del sur: Casas Viejas, Desde lo más hondo 1: Silverio, Desde lo más hondo 2: el museo japonés, El jardín de los poetas, Paraísos, Ojos verdes y Carmen y la libertad.
Octavia (2002). A Patino la dictadura le producía asco, sin más. El socialismo, un desprecio infinito por ofertar la utopía y vender crece pelo. ¿La llegada de las derechas? Octavia es una chica libre, libérrima incluso. Y como la mayoría de sus personajes, encastada en un entorno hostil, incomprensible, amenazador. Abuelitas fascistas a las que dos vasos de anís les hacen entonar viejos cánticos de patria y gloria. Familias de mucho abolengo. Apellidos ilustres. ¡Falacias! Una generación que opta por el nihilismo. La última película de Patino es triste, desigual, pesimista, imperfecta. Como los tiempos que corren.
«(...) no se podía pasar de un primer plano a un plano general. En la primera oportunidad que tuve, me salté la recomendación, ¡qué gozada, se podía hacer!»(6).
Impulsor de las Conversaciones de Salamanca en 1955 («creo que fue la primera vez, después de la guerra, que en España dialogaban sinceramente gentes de ideas opuestas»). Miembro en los jurados de los festivales internacionales de cine de Venecia, Karlovy Vary, Berlín y Valladolid. Azotado por censores que recortaban sus films con criterios tan dalinianos como el que sigue: "En la escena en que aparece un tren echando humo, que pase el tren, pero que no eche humo, porque ensucia el paisaje ya de por sí feo de Castilla". (¡Verídico!)
En labores de promoción, Patino aterrizó en unos grandes almacenes de Barcelona, uno de esos que por vender libros y música clásica creen dignificada su labor de mercaderes (como si en el capitalismo importase lo más mínimo la naturaleza de la mercancía).
Querría haberle dado un mínimo de cohesión a todo esto. Dotar a sus palabras de un hilo conductor. Pero sería inútil. Son aforismos, frases que se descuelgan lentamente de su boca... me niego a ofertar un montaje digerible, que facilite su lectura. Las dejo caer de una en una y que cada cuál recoja lo que guste, ignore unas, subraye otras.
Creo que a Patino le gustaría, porque al igual que su cine, permite ejercitar en el lector / espectador una función algo robinada: elegir. Ahí va su decálogo:
1.– «Hay que superar pequeñas trampas: como academicismos y otras historias».
2.– «Al espectador no hay que tomarlo por un tonto masivo (...), ese es el juego del cine, al margen de intereses económicos o políticos».
3.– «Estudié en una Salamanca congelada por la post–guerra (...) Iba a la biblioteca de la Universidad y tenía que pedir permiso para leer a Sartre, Camus o Unamuno»
4.– «El cine siempre ha estado en manos del poder de una forma u otra».
5.– «El cine es una cosa mental».
6.– «Hago lo que me da la gana. No hay normas. Hacer cine es tener una mirada sobre la realidad, aunque a mi me importa un rábano qué es la verdad y qué es la mentira (...) A partir de "Canciones..." me tuve que someter a una clandestinidad absoluta (...) Y esa fue mi liberación total. ¡De La seducción del caos en adelante combino imágenes sin ningún rigor ni raccord!».
7.– «Me limitaba a reflejar la España que me encontraba a mi alrededor»
8.– «En cada momento hice lo que pude (...)Yo era un niño de derechas de Salamanca (...) Al cine le debo todo: me ha reportado momentos de felicidad muy intensa».
9.– «Hacer cine o hacer televisión es hacer expresión de ti mismo en función de los medios que tienes».
10.– «Los que reflexionan sobre las películas dicen cosas muy estupendas (...) aunque siempre hay una especie de acotamiento, como si se sintiesen obligados a avisar al espectador de que no está a la altura de la película»
Jorge-Mauro de Pedro
Tres pobres hombres: dos analfabetos y un pomposo hijo de mala madre. Víctimas también de un país educado en el miedo, en el asesinato tremebundo que debe pagarse con la propia vida. Sangre para borrar la sangre. Muy nuestro. Un recorrido por casos macabros, España profunda reencontrada en Alcàsser o Puerto Urraco. Crímenes castigados por un Estado criminal. "El que la hace la paga, ¿no?".
Diez años sin dirigir, volcado en la novedad de entonces: el video. Mutismo total en la transición, mientras veía como iban estrenándose sus tres films anteriores. Tras la muerte de Franco, naturalmente. Entraba dentro de sus cálculos.
Los paraísos perdidos (1985). Y vuelta a Salamanca. Gonzalo Torrente Ballester sentado en un café de la Plaza Mayor, escéptico entre los escépticos, protegido de todo tras sus lentes de culo de botella. Una casona en ruinas, patrimonio de antaño que será pasto de las termitas. Charo López jugando con el mechero, premonición del incendio purificador de Octavia. Charlatanes socialistas –espléndido Juan Diego– que adaptan la verborrea del Antiguo Régimen a los nuevos usos. Inmovilismo disfrazado de renovación. Extraña sensación de hastío. Lo han cambiado todo para que todo siga igual.
Le sigue Madrid (1987). Madrid, ciudad contradictoria. "Madrid, sola y solemne". Acerada reflexión sobre el poder ejercido desde la capital del Reino. Si, eso y... mucho, mucho más. ¿Un experimento sobre ficción y realidad? ¿O una apuesta por la ficción en un entorno que desprecia la memoria?
Un director alemán llega con un encargo en apariencia sencillo: hacer una película conmemorativa a los cincuenta años del comienzo de la Guerra Civil. Descubre que los muertos son mucho más desagradables que los vivos, el pasado siempre incómodo, "que ya son ganas de remover la mierda, coño". Y el poder de la imagen... o la imagen del poder. ¿Qué es verdad, qué es mentira? Monta, deforma. La cámara convertida en interlocutor la mar de válido. "Sugerir. Traspasar las apariencias." "La incapacidad de la fotografía para mentir". "La sustancia del cine no es la verdad o la mentira, sino la fascinación".
De 1991 data La seducción del caos. Marsillach nos guía por una ficción noticiada. Vuelvo a equivocarme... ¿ficción? Continuando el discurso de Orson Welles en Fake, nueva revisión de los standards. ¿Qué hace magistral al arte? ¿Puede la copia superar al original? ¿Quién decide las corrientes estéticas que se imponen? ¿Menospreciamos el poder manipulador de los medios?
Nuevo mutismo de años. En 1996 realiza para un canal autonómico la serie de siete películas bajo el título de Andalucía, un siglo de fascinación. Esta colección contiene los títulos El grito del sur: Casas Viejas, Desde lo más hondo 1: Silverio, Desde lo más hondo 2: el museo japonés, El jardín de los poetas, Paraísos, Ojos verdes y Carmen y la libertad.
Octavia (2002). A Patino la dictadura le producía asco, sin más. El socialismo, un desprecio infinito por ofertar la utopía y vender crece pelo. ¿La llegada de las derechas? Octavia es una chica libre, libérrima incluso. Y como la mayoría de sus personajes, encastada en un entorno hostil, incomprensible, amenazador. Abuelitas fascistas a las que dos vasos de anís les hacen entonar viejos cánticos de patria y gloria. Familias de mucho abolengo. Apellidos ilustres. ¡Falacias! Una generación que opta por el nihilismo. La última película de Patino es triste, desigual, pesimista, imperfecta. Como los tiempos que corren.
«(...) no se podía pasar de un primer plano a un plano general. En la primera oportunidad que tuve, me salté la recomendación, ¡qué gozada, se podía hacer!»(6).
Impulsor de las Conversaciones de Salamanca en 1955 («creo que fue la primera vez, después de la guerra, que en España dialogaban sinceramente gentes de ideas opuestas»). Miembro en los jurados de los festivales internacionales de cine de Venecia, Karlovy Vary, Berlín y Valladolid. Azotado por censores que recortaban sus films con criterios tan dalinianos como el que sigue: "En la escena en que aparece un tren echando humo, que pase el tren, pero que no eche humo, porque ensucia el paisaje ya de por sí feo de Castilla". (¡Verídico!)
En labores de promoción, Patino aterrizó en unos grandes almacenes de Barcelona, uno de esos que por vender libros y música clásica creen dignificada su labor de mercaderes (como si en el capitalismo importase lo más mínimo la naturaleza de la mercancía).
Querría haberle dado un mínimo de cohesión a todo esto. Dotar a sus palabras de un hilo conductor. Pero sería inútil. Son aforismos, frases que se descuelgan lentamente de su boca... me niego a ofertar un montaje digerible, que facilite su lectura. Las dejo caer de una en una y que cada cuál recoja lo que guste, ignore unas, subraye otras.
Creo que a Patino le gustaría, porque al igual que su cine, permite ejercitar en el lector / espectador una función algo robinada: elegir. Ahí va su decálogo:
1.– «Hay que superar pequeñas trampas: como academicismos y otras historias».
2.– «Al espectador no hay que tomarlo por un tonto masivo (...), ese es el juego del cine, al margen de intereses económicos o políticos».
3.– «Estudié en una Salamanca congelada por la post–guerra (...) Iba a la biblioteca de la Universidad y tenía que pedir permiso para leer a Sartre, Camus o Unamuno»
4.– «El cine siempre ha estado en manos del poder de una forma u otra».
5.– «El cine es una cosa mental».
6.– «Hago lo que me da la gana. No hay normas. Hacer cine es tener una mirada sobre la realidad, aunque a mi me importa un rábano qué es la verdad y qué es la mentira (...) A partir de "Canciones..." me tuve que someter a una clandestinidad absoluta (...) Y esa fue mi liberación total. ¡De La seducción del caos en adelante combino imágenes sin ningún rigor ni raccord!».
7.– «Me limitaba a reflejar la España que me encontraba a mi alrededor»
8.– «En cada momento hice lo que pude (...)Yo era un niño de derechas de Salamanca (...) Al cine le debo todo: me ha reportado momentos de felicidad muy intensa».
9.– «Hacer cine o hacer televisión es hacer expresión de ti mismo en función de los medios que tienes».
10.– «Los que reflexionan sobre las películas dicen cosas muy estupendas (...) aunque siempre hay una especie de acotamiento, como si se sintiesen obligados a avisar al espectador de que no está a la altura de la película»
Jorge-Mauro de Pedro
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