Barcelona, 21 de marzo - Sidecar
Vino solo pero no cantaba ni tocaba solo, traía con él una orquestra en los pies. Nos presentó un corazón descompuesto en la voz y guitarra disociadas en los pedales, con un espejismo sonoro riguroso. La voz, una tras otra, canta(n) y la guitarra rasga la melodía que el dedillar anterior había compuesto. Una masa sonora hecha con el dolor que su cuerpo llevaba tatuado, como las letras y signos negros que apresuradamente vimos marcados en el interior de su torso.
La voz y el sonido de los instrumentos se ahogan con las maquinas y el grito es lo que resta cuando ya poco queda. Son frías las vibraciones de los sonidos que expele y baraja. Corrientes frías llegadas de los Balcanes, Rusia o Rumania, que transportan la escala y la tristeza de la música de ahí, quedan entrañadas en el cuerpo de los que escuchan.
C. A.
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